La profecía de Saturnino (Venezuela)
Arístides Rojas
En los días que precedieron al gran temblor de Caracas del 21 de octubre de 1766, el padre Bello había escrito al Obispo, quien a la sazón hacía la visita pastoral de los valles de Aragua, que ordenase la traída de la Virgen de las Mercedes a la Catedral, pues abrigaba presentimientos de que algo debía suceder para el día de Santa Ursula. Si el venerable anciano expuso al prelado las razones de sus presentimientos, es cosa que ignoramos, mas es lo cierto que el Obispo ordenó la visita de la Virgen de las Mercedes a la Catedral, donde fue recibida por grande concurrencia, como protectora de la ciudad, sin que nadie sospechara el objeto de aquella disposición...
Vivía en Caracas, en aquella época, un loco pacífico y locuaz llamado Saturnino, a quien nadie ofendía por su carácter humilde y benévolo. Desde muchos días antes del de Santa Ursula, Saturnino recitaba por todas las calles el siguiente estribillo:
Qué triste está la ciudad
Perdida ya de su fe,
Pero destruida será
El día de San Bernabé;
Y ya en la víspera del 21 de octubre decía:
Téngolo ya de decir,
Yo no sé lo que será,
Mañana es San Bernabé,
Quien viviere lo verá.
Y echándose a cuestas una pesada piedra, subió la colina del Calvario, diciendo a cuantos encontraba que al raso iba a pasar la noche, porque al día siguiente Caracas debía bailar como un trompo.
Rióse la población tanto de la profecía como del profeta, al cual debía después solicitar e interrogar.
Serían las cuatro y veinte minutos de la mañana de 21 de octubre de 1766, cuando la población de Caracas despierta aterrorizada al súbito estremecimiento que hace bambolear los edificios de la capital.
Al acto lánzanse los habitantes a la calle, y los gritos de -"Misericordia Señor"- se escuchan por todas partes. Nadie sabe qué hacer ni a donde ir, y todo inspira temor por largo tiempo, cuando al despertar la aurora se sabe que ningún edificio notable había caído, aunque casi amenazaban ruina sobre todos los templos. Dilatada fue el área de este sacudimiento que causó estragos en la región oriental de Venezuela...
Al amanecer del 21, el loco Saturnino estaba ya en Caracas sano y salvo, después de haber pasado la noche al pie de un árbol en la colina del Calvario. Jamás este pobre se vio tan rodeado de la muchedumbre y hasta de la gente de criterio, que quería saber del loco lo que éste ignoraba y había dicho inconscientemente. Pero Saturnino se limitó a contestar, a cuantos curiosos le interrogaban, con una frase:
-¿No se lo dije yo, que algo grande iba a suceder?
Obraba así, como si fuera el hombre más cuerdo.
Fuente: (Tomado de LEYENDAS HISTÓRICAS DE VENEZUELA, segunda serie, Caracas, 1890)
Arístides Rojas
En los días que precedieron al gran temblor de Caracas del 21 de octubre de 1766, el padre Bello había escrito al Obispo, quien a la sazón hacía la visita pastoral de los valles de Aragua, que ordenase la traída de la Virgen de las Mercedes a la Catedral, pues abrigaba presentimientos de que algo debía suceder para el día de Santa Ursula. Si el venerable anciano expuso al prelado las razones de sus presentimientos, es cosa que ignoramos, mas es lo cierto que el Obispo ordenó la visita de la Virgen de las Mercedes a la Catedral, donde fue recibida por grande concurrencia, como protectora de la ciudad, sin que nadie sospechara el objeto de aquella disposición...
Vivía en Caracas, en aquella época, un loco pacífico y locuaz llamado Saturnino, a quien nadie ofendía por su carácter humilde y benévolo. Desde muchos días antes del de Santa Ursula, Saturnino recitaba por todas las calles el siguiente estribillo:
Qué triste está la ciudad
Perdida ya de su fe,
Pero destruida será
El día de San Bernabé;
Y ya en la víspera del 21 de octubre decía:
Téngolo ya de decir,
Yo no sé lo que será,
Mañana es San Bernabé,
Quien viviere lo verá.
Y echándose a cuestas una pesada piedra, subió la colina del Calvario, diciendo a cuantos encontraba que al raso iba a pasar la noche, porque al día siguiente Caracas debía bailar como un trompo.
Rióse la población tanto de la profecía como del profeta, al cual debía después solicitar e interrogar.
Serían las cuatro y veinte minutos de la mañana de 21 de octubre de 1766, cuando la población de Caracas despierta aterrorizada al súbito estremecimiento que hace bambolear los edificios de la capital.
Al acto lánzanse los habitantes a la calle, y los gritos de -"Misericordia Señor"- se escuchan por todas partes. Nadie sabe qué hacer ni a donde ir, y todo inspira temor por largo tiempo, cuando al despertar la aurora se sabe que ningún edificio notable había caído, aunque casi amenazaban ruina sobre todos los templos. Dilatada fue el área de este sacudimiento que causó estragos en la región oriental de Venezuela...
Al amanecer del 21, el loco Saturnino estaba ya en Caracas sano y salvo, después de haber pasado la noche al pie de un árbol en la colina del Calvario. Jamás este pobre se vio tan rodeado de la muchedumbre y hasta de la gente de criterio, que quería saber del loco lo que éste ignoraba y había dicho inconscientemente. Pero Saturnino se limitó a contestar, a cuantos curiosos le interrogaban, con una frase:
-¿No se lo dije yo, que algo grande iba a suceder?
Obraba así, como si fuera el hombre más cuerdo.
Fuente: (Tomado de LEYENDAS HISTÓRICAS DE VENEZUELA, segunda serie, Caracas, 1890)
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